Entré por la puerta principal de la fachada occidental de la catedral de Alcalá.
Había sido una jornada interesante para un estudioso del género de la novela. Pero estaba agotado, había andado tanto que mi mayor alegría fue dar pronto con el austero claustro adosado a ella. Me senté unos instantes, y debí dormirme profundamente. Sólo recuerdo que desperté en una habitación del segundo piso del Hotel Cervantes de Montevideo.
Debía de seguir con la lectura.
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